Hace un mes vivían en Nueva York y cada día era una aventura, ahora están aisladas en un edificio con vistas al epicentro mundial de la pandemia del COVID-19. Solas, lejos de sus seres queridos y adaptándose a nuevas situaciones laborales, un grupo de vecinas abren a Efe sus vidas y coinciden en que es un momento impactante.
Lilia, Érika, Courtney o Jennifer viven en un "co-living" para mujeres profesionales y becarias al oeste de Manhattan, una residencia para unas 370 personas con habitaciones de unos 8 metros cuadrados, espacios comunitarios para hacer vida social y un cátering, pero que en las últimas semanas ha ido vaciándose visiblemente tras la paralización de negocios.
"Hay días donde estoy triste y digo: no me puedo creer que estoy viviendo esto en Nueva York. Varios familiares y amigos de México me dicen, 'regrésate ya', pero no tiene sentido irme, porque también voy a estar resguardada allí y con probable contagio a los demás", explica Lilia, una veinteañera mexicana que trabaja "en diplomacia" y describe el "shock" de la pandemia.
"Estoy viviendo algo que jamás en la vida voy a volver a vivir, y eso espero. A ninguno de nosotros nos gusta y hay que aprender de ello, pero es impresionante ver el barco hospital que llegó, todos los militares a las 7 de la noche saliendo, es algo que emocionalmente te impacta y se queda. Creo que es algo que toda mi vida voy a recordar", agrega.
Érika, una compatriota mexicana que, como ella, se dedica a la diplomacia y no ha salido desde el 13 de marzo, reconoce que tras adaptarse a su vida en EE.UU. esta ha sido una "experiencia nueva" difícil de llevar: "A pesar de que mi país natal, México, está tan cerca, hay una distancia enorme. No puedes salir a la esquina, y menos a tu casa".
"No somos de este país, pero si estamos aquí por trabajo hay que adaptarnos, hacer caso a las instrucciones, y no me ha costado trabajo en ese sentido. He podido hacer actividad con las chicas, ejercicio, tenemos un horario de series, las cosas personales o de trabajo en la habitación, los libros?", relata la joven, que también agradece las redes sociales.
"Esto para mí es una experiencia que va a trascender en lo laboral, lo económico, la manera de pensar, lo personal. En general, en el mundo, cuánto nos va a cambiar la vida", abunda esta vecina, que espera que la crisis "impacte de la mejor manera" en la sociedad.
Local
DIFICULTAD LABORAL Y SOCIAL
Courtney es una estadounidense que no ha tenido tanta suerte en cuestión laboral: antes del coronavirus era administrativa en una empresa de eventos y, al ser una de las últimas contrataciones, prescindieron de ella. "Se han cancelado las fiestas, así que no hay trabajo para mí. Los primeros despedidos son gente como yo", dice con sorna.
Mientras busca otro trabajo, avanza con sus estudios de terapista de masajes -según observa, es más fácil concentrarse sin el ruido incesante de los cláxones de coches- y sale de vez en cuando a por un café o a dar una vuelta manteniendo las distancias, pero dice no llevar mal la situación.
"Soy afortunada porque tengo un lugar donde vivir a pesar de estar desempleada, el único problema puede ser que me aburro. Cada diez años más o menos nos ocurre algo. Yo he vivido el 11 de septiembre, la crisis financiera y ahora una pandemia. No quiero saber qué pasará cuando llegue a los 40 años", comenta esta treintañera, medio en broma y medio en serio.
Con ella está viendo la televisión Jill, una becaria de Naciones Unidas que llegó a la Gran Manzana el mes pasado desde Los Ángeles y apenas tuvo tiempo de conocer gente antes del parón de actividad, pero que agradece la "tranquilidad" de estar en una residencia.
"Es raro, es como si estuviéramos en una pequeña burbuja. La sensación es distópica, esto no parece Nueva York", agrega la joven, que se mantiene en contacto a diario con su familia en la India.
LOS APLAUSOS DE LAS 7
A las 7 de la tarde se escuchan aplausos fuera: es la hora del homenaje al personal sanitario que está luchando en la crisis y el momento en el que algunas vecinas de la residencia aprovechan para tomar el aire en la azotea y disfrutar las vistas.
Allí está Lauren -prefiere no dar su nombre real-, una mujer estadounidense con el pelo largo y cano que suele hacer ejercicio corriendo entre las mesas y maceteros, como otros vecinos en las azoteas de alrededor, antes que bajar a la calle. "Soy entrenadora de natación pero ya no hay piscinas abiertas, así que estoy sin trabajo", comenta.
María, una española veinteañera que trabaja en una empresa de diseño, dice que las "sirenas de ambulancias, la policía y soldados por la calle" que se escuchan y ven estos días pueden dar "un poco de agobio pero es lo que hay, debemos ser realistas", y se considera afortunada por tener una terraza cuando en la gran urbe hay muchas familias "encerradas".
"Emocionalmente lo llevo muy bien, esta experiencia me está sirviendo para darme cuenta de ciertas cosas, plantearme la vida, si esto es lo que quiero hacer, pensar en mí, no correr tanto. Son momentos para nosotros mismos. Tengo mucha suerte de estar donde estoy", agrega.
NUEVA YORK DESIERTA
El comedor del edificio, que antes era el lugar por excelencia para socializar, tiene las mesas separadas y esparadrapos en el suelo que marcan distancias de 6 pies (2 metros), además de gel desinfectante en las mesas. De fondo se escucha al gobernador Andrew Cuomo haciendo el recuento de fallecidos por COVID-19, y solo hay una persona almorzando.
Jennifer, una seleccionadora de recursos humanos de mediana edad estadounidense, dice que conoce a varias personas que se han contagiado de COVID-19 y uno de ellos, con problemas de salud, falleció en una residencia de cuidados tras dar positivo, pero relativiza la situación y asegura que se trataba de un caso grave.
Califica de "devastadora" la imagen de la ciudad con las tiendas cerradas, y lo que más le "rompe el corazón de todo el asunto" es el empleo perdido por los jóvenes, por lo que arremete contra la gestión política de la pandemia: "Me parece extremo que hayan impedido a la gente joven trabajar y deberían haber empezado protegiendo a los vulnerables".
Por su parte, Ana, una veinteañera que estos días teletrabaja en la ONU, intenta "pensar en ello lo menos posible", seguir "todos los procedimientos" y mantenerse muy en contacto con su familia y amigos -celebró su cumpleaños por videollamada recientemente-: "Intento no mirar mucho las noticias, prefiero ser ingenua a tener problemas de salud mental".
No obstante, el aislamiento voluntario no le impide notar el gran cambio de esta ciudad a la que antes quería viajar todo el mundo y que hoy sobrevuelan más gaviotas que aviones: "Está desierto. Se ve a alguien paseando el perro o yendo al supermercado, todos con mascarilla y guantes. Es apocalíptico".