Sueños Truncados: Hermanos futbolistas siguen jugando tras deportación

NUEVA YORK - Dos hermanos salvadoreños mostraron su portentoso talento en la cancha, pero la inclemencia de las autoridades de inmigración impidió que alcanzaran sus metas.

Primera Parte

Debido a la decadencia económica y violencia en su país natal, El Salvador, la familia Claros se vio forzada a emigrar a los Estados Unidos.

Arriesgando su vida, José Santos Claros, el padre, fue el primero en hacerlo en 1999. Cinco años después, tras el sufrimiento de la separación, Lucía Saravia, su esposa, se atrevió a hacer el mismo viaje.

“Caminé tres noches y tres días completos por el desierto”, dijo Lucía.

Tras doce meses de trabajar arduamente, ambos padres, forzados por el limitado dinero, decidieron traer a dos de sus cuatro hijos: Fátima y Jonathan. No fue hasta el 2009, con la mitad de la familia ya instalada en Germantown, que Maryland vio a los más pequeños de los Claros, Diego y Lizandro, llegar a los Estados Unidos.

Ambos hermanos crecieron, adaptándose al nuevo lenguaje y cultura que encontraron en este país. Y fue en la secundaria, donde Diego y Lizandro formaron un muro impenetrable como defensores, llevando al equipo de Orchard High School a victorias inolvidables.

Su técnica y madurez en la línea defensiva, llevaron a Lizandro a una de las academias más prestigiosas de la nación, el Bethesda Soccer Club.

“Ser así cómo es, le permitió convertirse en uno de los mejores prospectos de la nación”, dijo Matt Ney, ex entrenador de Lizandro.

Lizandro recibió muchas ofertas de la órbita universitaria estadounidense, siendo Louisburg College, la continuación de su prometedora carrera. Pero este sueño se vería prontamente amenazado por un problema que preocupaba a la familia desde el 2009, cuando ambos hermanos llegaron con pasaportes y visas fraudulentas, siendo detenidos y luego liberados bajo la condición de presentarse ante un tribunal migratorio.

Tres años después, la representación legal de los hermanos logró suspender una orden de deportación, pero las siguientes solicitudes fueron negadas, obligando a los hermanos a seguir asistiendo a citas con oficiales de inmigración.

“Nosotros informamos a ICE que él iba a ir a Carolina del Norte a jugar fútbol. Bajo las condiciones de su orden de supervisión, él necesitaba un permiso para viajar fuera del estado”, dijo Nick Katz, el entonces abogado de los hermanos.

Durante esta cita en el verano del 2017, una en que ellos no anticiparon ningún peligro, Diego y Lizandro fueron puestos bajo custodia de ICE.

“Nunca me imaginé verlos así con ese uniforme y en una cárcel”, dijo Lucía.

Y aunque la repentina detención provocó que su ex entrenador y su hermana mayor unieran fuerzas mediante protestas, estos esfuerzos fueron en vano. En el curso de cuatro días, la noticia que tanto temían llegó.

“Fue una llamada inesperada (…) me tomó desprevenido, no estaba preparado para escuchar la noticias de que mis hermanos iban en camino para el avión”, dijo Jonathan.

En agosto del 2017, Diego y Lizandro fueron deportados de los Estados Unidos, país que les dio la oportunidad de conquistar los terrenos de juego, y que también se las quitó, truncando sus sueños.

Segunda Parte

“Yo me acuerdo que les dije que si a él lo podían dejar y que me mandaran solo a mí”, dijo Diego, recordando cuando suplicaba a los agentes de inmigración que no deportaran a su hermano menor.

Este ruego, al igual que la protestas por sus familiares y entrenadores, no evitaron la deportación en el verano del 2017, la cual su abogado catálogo como la más rápida que ha presenciado en su carrera.

Los hermanos salvadoreños no cesan su lucha por volver a Estados Unidos para cumplir sus sueños.

Diego y Lizandro viven hoy en Jucuapa, en el departamento de Usulután, donde la fabricación y venta de ataúdes es un negocio próspero debido a la violencia nacional. Y como prueba de esto, desde su regreso hasta abril del 2018, se han registrado más de 3.000 homicidios en El Salvador, según el Instituto de Medicina Legal del país.

Motivados por estos números alarmantes, los hermanos decidieron ir a Nicaragua a afrontar una nueva oportunidad.

“Nos llegó la oportunidad de ir a estudiar y seguir nuestros estudios”, Lizandro dijo.

Al enterarse de la conmovedora historia de los hermanos, la sede latinoamericana de la universidad de Keiser les ofreció a ambos defensores una beca deportiva.

“Ellos tenían un equipo de fútbol, entonces aprovechamos la oportunidad de hacer ambas cosas”, Lizandro agregó.

Aunque esta noticia significó una nueva dirección en los sueños profesionales de Diego y Lizandro, su familia en Maryland aún seguía siendo afectada por la política migratoria de la administración del Presidente Donald Trump.

José, el padre, cuenta hoy con un estatus de protección temporal, o TPS por sus siglas en inglés, el cual será eliminado en el 2019, mientras Fátima enfrenta también, una incertidumbre migratoria.

“Cuando dicen ‘OK, DACA se termina’. Fue un impacto grande para mí, porque ósea, no estaba ahora peleando solo por mis hermanos, si no que ahora por mí misma”, dijo Fátima.

Son las dificultades que unifican y hacen más fuerte a la familia Claros, y es así que son reconocidos como la perfecta representación de los inmigrantes que llegan a este país, incluso por líderes políticos.

“Si podemos implementar una reforma migratoria integral en este país, puede que se presente una manera de que ellos regresen”, indicó el congresista por Maryland, John Delaney.

Su colega, el senador demócrata por Maryland, Chris Van Hollen, también se hace presente en la lucha por los hermanos, mediante un mensaje lleno de optimismo: “América es su hogar, los queremos en casa y vamos hacer todo en nuestro poder para traerlos a casa”.

Aunque ya se va a cumplir un año desde la deportación, sus padres aún mantienen la esperanza de ver a sus dos hijos menores, Diego y Lizandro, de regreso en casa.

“Estamos dispuestos con él, a luchar hasta lo último, hasta cuando Dios nos preste vida. A lucha para que ellos regresen”, dijo Lucía.

Mientras tanto, en Jucuapa, miles de millas lejos de los suburbios de Maryland, ambos hermanos continúan sus sueños, que nunca se esfumaron y que fueron truncados.

“Tal vez no quedaron atrás, pero ya los sueños son diferentes”, dijo Lizandro “Ya no se tienen las mismas oportunidades que estar en los Estados Unidos que estar en El Salvador. Todo es totalmente diferente”.

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