Algunos inmigrantes dicen no a ciudadanía

MIAMI -- Más de 8.5 millones de inmigrantes que viven en Estados Unidos eran elegibles para naturalizarse en 2012, pero menos de 800,000 iniciaron el trámite, según las cifras más recientes del Departamento de Seguridad Nacional.

De confirmarse las estadísticas, casi 60% del resto lo hará tarde o temprano, un porcentaje que ha ido aumentando lentamente.

De todos modos, hay muchos remisos. Los inmigrantes esgrimen un abanico de motivos para explicarlo, y las razones más comunes son:

- El costo del trámite, que en la mayoría de los casos tarda siete años. Por lo general cuesta 680 dólares, aunque puede haber excepciones para algunos y el costo por lo general se multiplica entre varios miembros de la familia;

- El desconocimiento del idioma inglés. Los inmigrantes deben demostrar un conocimiento básico de la historia y gobierno estadounidenses y aprobar un examen de inglés, a menos que tengan más de 50 años. También puede haber excepciones;

- La posible pérdida de beneficios de su país natal, como viajar libremente y trabajar en Europa.

Pero otros sencillamente no ven la necesidad. Algunos residentes permanentes explican su reticencia en sus propias palabras a The Associated Press.

LA BARRERA DEL IDIOMA

Nancy Alvarez, de 35 años, llegó a Estados Unidos hace una década desde La Habana. Desde entonces, ha sido asistente de enfermería, notaria, cuidadora de niños, nutricionista escolar. Tiene media decena de diplomas y certificados, aunque lo que le falta es la ciudadanía. Alvarez lo atribuye a que no maneja bien el inglés.

"Debería haber estudiado inglés cuando vine por primera vez", reconoce, pero en Hialeah, la ciudad floridana cerca de Miami a donde llegó primero, todo el mundo hablaba español. Fue años más tarde cuando notó que incluso las empresas que realizaban sus actividades principalmente en español querían también empleados que hablen inglés.

Para entonces ya trabajaba el día entero y regresaba a la casa a preparar la cena a su esposo, un hijo y un bebé recién nacido. Como sólo tenían un vehículo y su esposo trabajaba de noche, dijo que habría que tenido que tomar un autobús y buscar alguien que cuidara del bebé, y con las reducciones a los programas educativos, se ofrecían pocas clases.

"Ahora me siento avergonzada", afirmó. Recientemente se mudó al área de Orlando, también en Florida. Quizás con menos hispanohablantes allí empiece a aprender inglés. Después pensará en la ciudadanía.

EL PASAPORTE EUROPEO

"Supongo que es algo emocional", dijo Lena Dyring cuando se le preguntó por qué no había pensado en solicitar la ciudadanía estadounidense. "Tendría que renunciar a mi ciudadanía noruega", explicó. "No es que no me guste Estados Unidos. Me encanta estar aquí, pero sería casi como renunciar a mi familia, a mi herencia".

Dyring llegó a Estados Unidos en 2005 con su marido, un colombiano que se había naturalizado estadounidense. Los dos se conocieron en un bar en Noruega. Ella todavía no está acostumbrada a algunos hábitos, como el abrazo al encontrarse, o, en Miami el beso y el saludo "¿cómo estás?" En Noruega, dijo, la gente no hace esa pregunta hasta que lleva un rato conversando y está realmente interesada en la respuesta.

Sin embargo, su decisión de no solicitar la ciudadanía va más allá de lo emotivo. También perdería algunos beneficios. "Si quisiera vivir o trabajar algún día en Europa, podría hacerlo sin mucha dificultad y mis hijos pueden tener la ciudadanía noruega por mí".

Aunque en Noruega los ciudadanos pierden la ciudadanía para obtener la estadounidense, otras naciones europeas permiten la doble ciudadanía.

Dyring dice que le gustaría poder votar, no tanto para presidente sino en elecciones locales.

De todos modos, no está convencida de que naturalizarse le ofrezca mucho. La rubia de 39 años y madre de dos hijos no teme a la deportación ni al etiquetamiento racial.

Y como los servicios médicos son más baratos en Noruega, prefiere mantener todas las opciones.

PLANEABA REGRESAR

María Jiménez vive en Estados Unidos desde hace decenios y asesora a otras inmigrantes sobre sus derechos políticos, pero rara vez habla de su propia situación inmigratoria.

"Me avergüenza decir a mis amistades que llevo aquí tanto tiempo sin haberlo hecho", dice sobre la naturalización.

Jiménez vino en 1986 a Estados Unidos desde San Juan de los Lagos, un pueblo de Jalisco, México, para ayudar a su hermano y a su esposa a cuidar de su recién nacido. Ese año el Congreso aprobó una amplia ley inmigratoria que permitió a millones de personas que estaban sin autorización legal en el país recibir la residencia permanente. Jiménez fue una de ellas.

"Siempre pensamos que regresaríamos. Nunca pensamos quedarnos, pero fue pasando el tiempo", dice. "Tratamos de regresar varias veces pero no pudimos encontrar trabajo y nuestras familias dependían de nosotros para el dinero". Además, sus tres hijos nacidos en Estados Unidos no se acostumbraban a México.

Jiménez se sigue diciendo que cualquier día lo hará porque desea tener voz en las leyes que la afectan.

"Pero mi propio hijo, que nació aquí y habla bien inglés, dice que no podría contestar muchas de las preguntas (de la prueba de ciudadanía), así que yo me pregunto cómo voy a poder yo", explica. "He escuchado de personas que piensan que hablan bien inglés y quedan humilladas".

Ponga a prueba sus conocimientos contestando estas preguntas: http://www.uscis.gov/citizenship/quiz/learners/study-test/study-materials-civics-test/naturalization-self-test-1

NUNCA SE SINTIÓ BIENVENIDO

"Yo pensaba que las jóvenes estadounidenses eran muy interesantes", dice Luis Sanz de cuando se enamoró de su futura esposa cuando ella estudiaba español en Madrid, su ciudad natal. Cuando ella regresó a Estados Unidos, él decidió visitarla, pero nunca imaginó que se quedaría. Tres décadas después, la pareja tiene tres hijos. Sanz es diseñador de portales de internet en la Universidad de California en Riverside.

"Cuando vine a Estados Unidos no hablaba nada de inglés", dice. "Y durante todo el proceso con mis documentos me sentí muy maltratado, como una persona de segunda clase. Me molestó mucho, así que al principio pensé: `Me voy a quedar un tiempo aquí, pero no sé cuánto' ".

Se mudaron brevemente a España, "pero me había acostumbrado demasiado a Estados Unidos, a la libertad", dice Sanz.

"Yo quiero verdaderamente a este país. Sabemos que no vamos a regresar a España", dice Sanz, quien agrega que todavía no se ha naturalizado por una combinación de razones. "Me pongo un poco vago, y todavía siento un poco de ese dolor -lo siento todos los días por mi acento- y la gente que me conoce todavía me ve como un ciudadano de segunda. Eso me hace sentir mal, por eso no quiero dar el paso final".

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