NUEVA YORK - Manhattan se ha quedado vacía. Sin turistas, con la mayoría de las oficinas cerradas y con la clase pudiente refugiándose del coronavirus en sus segundas residencias, Nueva York se pregunta ahora si el bache será pasajero o si la pandemia cambiará la ciudad para siempre.
Cinco meses después del estallido de la crisis de la COVID-19 en la Gran Manzana y pese al progresivo regreso a la normalidad, la vida sigue sin parecerse en nada a lo que era, especialmente en su tradicionalmente hiperactivo centro neurálgico.
Lugares siempre abarrotados como Times Square, el SoHo o la Quinta Avenida son ahora tranquilos paisajes urbanos, a pesar de que oficialmente Nueva York ha reabierto tras haber sido en la primavera el gran foco mundial de la enfermedad.
Con el número de contagios por ahora bajo control, uno de los grandes debates en la ciudad es más a largo plazo: ¿Ha acabado la pandemia con las cosas que hacen atractiva la metrópolis o, como ocurrió tras grandes crisis pasadas, Nueva York será capaz de resurgir?
UNA CIUDAD EN SOPORTE VITAL
“Nueva York no está muerta, pero está en soporte vital”, explica a Efe Michael Hendrix, responsable de Políticas Locales del Manhattan Institute, un centro de estudios de corte conservador.
Para este experto, la cuestión no es tanto si Nueva York se recuperará o no, sino si lo hará medianamente rápido o tardará años. La ciudad siempre ha logrado salir adelante, pero ¿se parece más este bache al 11S, a la crisis financiera de 2008 o a la vivida en los años 70 y que se prolongó durante décadas?
Local
Muchas voces, empezando por las de los principales líderes políticos locales, proclaman que Nueva York ha conseguido superar lo peor del coronavirus y que, en cuanto se frene la pandemia -especialmente cuando haya una vacuna-, la ciudad recuperará el paso rápidamente: volverán los turistas, reabrirán las oficinas y todo volverá a prosperar.
Otras, mientras, ven el fin de una era para las grandes ciudades y, por encima de todas, para la llamada “capital del mundo”.
“Nueva York ha muerto para siempre” era el provocador título de un artículo publicado esta semana por James Altucher, un inversor y autor neoyorquino, que ha escrito durante años columnas en varios medios.
En la pieza, muy comentada en las redes sociales, Altucher defiende que la ciudad no podrá volver a ser lo que era sobre todo una vez que muchas empresas han descubierto que pueden operar casi con total normalidad a través de internet.
“Los negocios son remotos y no van a volver a la oficina. Es una espiral mortífera: cuanto más tiempo las oficinas estén vacías, más continuarán vacías”, explica, poniendo como ejemplo a su entorno: un director en una firma de inversiones que se ha trasladado a Arizona, un editor de libros que lleva fuera desde marzo o él mismo, que tras décadas en Nueva York, se ha instalado en Florida.
LA HUIDA DE LOS RICOS
Lo que apunta de forma anecdótica este autor se confirma por otras vías, y es que las clases más acomodadas han sido las primeras en saltar del barco, y las que más pueden poner en peligro la recuperación, agravando en el medio plazo el desplome de los ingresos fiscales que ha causado la pandemia y que ya está obligando a recortar servicios públicos.
Según un estudio basado en localización de teléfonos móviles, más de 400.000 neoyorquinos -alrededor de un 5 por ciento de la población- dejaron la ciudad entre el 1 de marzo y el 1 de mayo, en los peores momentos de la pandemia.
La gran mayoría eran residentes de los barrios más pudientes, con zonas como el Upper East Side, el West Village o el SoHo perdiendo en torno a un 40 % de sus residentes en aquellas fechas, según las cifras publicadas por The New York Times.
Muchos de ellos han vuelto, pero muchos otros se han ido para siempre. Lo reflejan ya indicadores como las escasas respuestas a la encuesta del censo que se están recibiendo justo en esas zonas.
También el mercado inmobiliario, pues mientras las ventas de apartamentos en Manhattan se han desplomado, éstas se han disparado en las afueras suburbanas de Nueva York y en ciudades de menor tamaño.
En julio, el número de contratos de viviendas firmados en Manhattan cayó un 57 % con respecto al mismo mes del año anterior, con el sector más alto del mercado aún más golpeado, pues las ventas de apartamentos de entre 4 y 10 millones de dólares bajaron más de un 75 %, según un informe de la agencia Douglas Elliman.
Aunque la pandemia obviamente ha ralentizado las operaciones, hay indicios de que la situación es más permanente, pues el número de pisos sin vender está en su nivel más alto en una década y, al ritmo actual de ventas, hay un stock de 17 meses, más del doble de lo habitual.
El mercado del alquiler también se ha visto golpeado y el número de viviendas vacías a la espera de inquilino ha aumentado en Manhattan hasta más de 13.000, su nivel más alto en la historia reciente.
Sin acceso a muchas de las cosas que hacían especial a Nueva York (espectáculos, museos, bares o restaurantes) y con la posibilidad de trabajar a distancia, muchos residentes han decidido que ya no hay razón para pagar los altísimos precios de la vivienda y sufrir las incomodidades de la vida en la gran ciudad.
Los particulares no son los únicos que están escapando de la Gran Manzana, también lo están haciendo muchos negocios, sobre todo grandes cadenas minoristas que, con una ciudad a medio gas, no pueden justificar el coste de mantener sus caros establecimientos neoyorquinos.
EL FUTURO DE LAS CIUDADES
El que los neoyorquinos se vayan de Nueva York no es algo nuevo. Todos los años miles de personas abandonan la Gran Manzana por otros lugares más baratos, más cómodos o más soleados.
Tradicionalmente, los han reemplazado inmigrantes y jóvenes que se mudan por trabajo, pero desde hace unos años el saldo es negativo y la ciudad pierde población.
Aunque no hay datos oficiales por ahora, todo apunta a que la pandemia ha acelerado esa ecuación, disparando el debate sobre el futuro de las ciudades en la era digital, con una situación parecida en otros grandes centros urbanos de EE.UU. como San Francisco o Chicago.
"Ya no podemos dar por hecho el crecimiento en Nueva York y no podemos dar el futuro por sentado", asegura Hendrix, que defiende que la ciudad tiene que impulsar medidas para seguir atrayendo talento y negocios y no pensar que su atractivo histórico lo va a hacer todo en una era en la que las oportunidades de prosperar ya no están solo en sus calles, sino también en el ciberespacio.